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Esta guía le acompañará en su recorrido por la exposición Frida Kahlo: alas para volar, la primera muestra monográfica sobre la artista en Madrid en casi cuatro décadas.
A través de sus obras, particularmente de sus autorretratos, Frida construye un personaje íntimo. Precursora del feminismo y de la liberación sexual, original y sofisticada, la artista transforma su cuerpo en un escenario de autoconocimiento y reflexión, convirtiendo sus experiencias físicas y emocionales en obras que dan cuenta tanto de su mundo interior como de la intensa vida cultural del México posrevolucionario.
Frida Kahlo comienza a pintar retratando a amigos, familiares y conocidos. Casi un tercio del total de su obra pertenece a este género. Pese a su aparente sencillez, estos retratos suponen una compleja reflexión sobre la identidad.
Frida, hija de un fotógrafo húngaro y una mujer de Oaxaca, refleja esta doble herencia en su producción, que transita de una pintura moderna con influencia de la tradición europea a obras en las que incorpora elementos asociados a la identidad mexicana.
A partir de 1928, cuando Frida conoce a Diego Rivera, su obra empieza a integrar elementos mexicanos: petates, equipales, flores de cempasúchil, cactáceas y colores vivos provenientes del arte popular. También empieza a vestir con la indumentaria típica de las culturas indígenas de México, particularmente las largas faldas y los trajes de tehuana del istmo de Tehuantepec, una sociedad matriarcal que había resistido al patriarcado.
Tras el accidente de 1925, Frida Kahlo se vio obligada a pasar largas temporadas postrada en su cama. Su madre, en un afán de buscar una distracción que le hiciera tolerable la convalecencia, le proporcionó un caballete portátil y un estuche de pinturas, con las que comenzó a realizar dibujos y retratos de personas cercanas a ella. Uno de los primeros retratos que Frida realizó fue el de Alicia Galant, una de sus amigas y vecinas de Coyoacán.
Durante su estancia en la Escuela Nacional Preparatoria, Frida formó parte de un grupo de jóvenes intelectuales a quienes apodaban Los cachuchas, por utilizar unas boinas tejidas por José Gómez Robleda, uno de sus miembros, como complemento de su indumentaria. Este singular grupo tuvo nueve integrantes: Alejandro Gómez Arias, Miguel N. Lira, José Gómez Robleda, Jesús Ríos y Valles, Manuel González Ramírez, Alfonso Villa, Agustín Lira, Carmen Jaime y Frida Kahlo.
Frida Kahlo realizó varios retratos de los miembros de su familia, entre los que se encuentran los de sus padres, abuelos, hermanas y sobrinos. Sin embargo, el retrato de su prima Ady Weber nunca alcanzó la formalidad plástica de los otros. Éste se quedó en la manufactura de un dibujo sencillo. Ady aparece retratada de pie; su desnudez nos deja ver a una joven adolescente, cuyo cuerpo aún no alcanza la madurez femenina.
El difuntito Dimas es uno de los cuadros más impresionantes de Frida. En él recoge la antigua costumbre mexicana de ataviar a los difuntos con túnicas, que en su hechura y color recuerdan la indumentaria de algunos santos o vírgenes. En especial se vestía así a los niños, por considerarlos “angelitos” libres de cualquier pecado.
El 17 de septiembre de 1925, Frida viajaba en un camión que iba hacia Coyoacán, acompañada por su entonces novio Alejandro Gómez Arias; regresaban de la preparatoria. Ella recordaba el accidente de la siguiente forma: «A poco de subir al camión, empezó el choque. Antes habíamos tomado otro camión, pero a mi se me perdió una sombrillita y nos bajamos a buscarla».
Aún cuando se ha mencionado en repetidas ocasiones que la obra de Frida se mantuvo al margen de la de su esposo, el pintor y muralista Diego Rivera, es innegable la influencia que éste ejerció para que, en sus inicios, Frida dedicará su atención en pintar una serie de niños indígenas mexicanos; cuadros de llamativas combinaciones de colores, con las mismas características del arte popular mexicano.
Son pocos los dibujos o bocetos que Frida realizó como estudio de los objetos o personajes de sus pinturas. Algunos de sus dibujos obedecen más a momentos de relajamiento o dificultad para sentarse a pintar, que a una verdadera preocupación por analizar la proporción o posición de ciertas cosas.
Una de las amistades de Frida, durante su estancia en Estados Unidos, fue Eva Frederick, una afro-americana de identidad desconocida, de quien realizó un dibujo y un retrato al óleo durante su estancia en Estados Unidos.
Una vez casada con Diego Rivera, Frida viajó a los Estados Unidos, en donde conoció varias ciudades, entre ellas San Francisco, en la que vivió año y medio. Allí pintó varios retratos.
Uno de los mecenas que hacía encargos esporádicos a Frida fue el ingeniero agrónomo Eduardo Morillo Safa, quien ocupó varios puestos políticos e intelectuales en el servicio diplomático del gobierno, como el de embajador de México en Venezuela.
La necesidad de Frida del abrazo materno se transformó en un intenso deseo de unirse a la gente, a los objetos, a las plantas, a los animales y a todo aquello que le rodeaba. Una de las expresiones más conmovedoras de la necesidad afectiva de Frida se percibe en el Retrato de Doña Rosita Morillo Safa, la madre de quien fuera su principal coleccionista de obra en vida.
Frida Kahlo comienza a pintar retratando a amigos, familiares y conocidos. Uno de los conceptos que rigen la vida es la integración de principios duales: nacimiento y muerte, noche y día, luna y sol, un eterno ciclo recurrente que Frida plasma en su obra mediante universos personales que dejan ver su interés por la anatomía, la medicina, la fertilidad y la similitud entre los procesos de los ciclos reproductivos de la naturaleza y los del ser humano.
El Retrato de Luther Burbank fue realizado por Frida en San Francisco en 1931. Burbank fue un horticultor y científico, que se dedicaba a experimentar con verduras y plantas para crear híbridos. Su labor impactó a Frida al grado que decidió inmortalizarlo en una de sus pinturas, como el producto mismo de sus experimentos: mitad hombre, mitad árbol; sus piernas y pies son sustituidos por un tronco, cuyas raíces, debajo de la tierra, se aferran a un cadáver que bien podría ser del mismo Burbank.
Cuando Frida contaba con once meses de edad, su madre dio a luz a Cristina, la hija menor del matrimonio Kahlo-Calderón, por lo que la pequeña Frida fue encomendada a una indígena que tenía la labor de alimentarla y cuidar de ella. Años más tarde recrearía el suceso en un cuadro al que dio por nombre Mi nana y yo, en donde Frida aparece representada en parte como un bebé, ya que el cuerpo corresponde al de un infante, y por otro lado, como adulta, algo que es evidente en su rostro.
Durante el período posterior a su aborto, la artista produjo una litografía titulada Frida y el aborto. De esta litografía, existen sólo tres de las doce copias que realizó; todas las demás fueron destruidas por la misma Frida. En el margen izquierdo escribió en inglés: «Estas pruebas no son ni buenas ni malas a la vista de tu experiencia; trabaja duro y conseguirás mejores resultados».
En La flor de la vida, Frida representó su obsesión por la fertilidad: La flor roja, que aparece en medio de hojas del mismo color, es la representación de los órganos sexuales masculino y femenino al momento de la cópula. Un estallido interno se proyecta a través de puntos dorados, que representan el esperma que brota del centro de la flor.
La fertilidad fue uno de los temas que más obsesionó a Frida; éste aparece representado en varios de sus cuadros, en donde la relación hombre-tierra-sangre se hace evidente.
“Alas rotas”, palabras escritas en su diario, hablan de la frustración por el cuerpo herido. Desde niña sufrió polio, lo cual le dejó una pierna más corta que la otra. Sin duda, el hecho que más afectó a su vida fue un catastrófico accidente que sufrió en 1925, cuando tenía dieciocho años. El autobús en el que viajaba fue embestido por un tranvía. Un pasamanos de acero le atravesó el cuerpo y le perforó la pelvis. Su columna vertebral, clavícula, costillas y pierna derecha resultaron también gravemente heridas.
En sus obras, Frida se aleja de la representación tradicional de la belleza femenina en el arte. Sus potentes autorretratos dan salida a un agitado mundo interior, haciendo visibles el dolor físico y el emocional. Para ella el cuerpo es el escenario en el que reflexiona sobre la condición de la mujer, el sufrimiento, la violencia, y también se sirve de él para mostrar la resiliencia, la fuerza de espíritu y la capacidad para trascender el dolor.
“Yo soy la desintegración”, escribió Frida en su diario, tras haberse enfrentado a un sinnúmero de malestares físicos y por ende, anímicos. Su estado de salud siempre vulnerable la llevó a representar en varias ocasiones, tanto en dibujos como en pinturas, cada uno de esos momentos difíciles de su vida, ya fueran sus problemas en la columna vertebral o la amputación de su pierna derecha.
La columna rota fue pintado poco tiempo después de que Frida fuera sometida a una intervención quirúrgica en la columna vertebral. La operación la dejó postrada en cama y “encerrada” en un corsé metálico, que le ayudaba a mitigar los dolores tan fuertes y constantes que experimentaba.
El 4 de julio de 1932, Frida sufrió un aborto en Detroit, después de estar bajo la supervisión de sus médicos, quienes le dijeron que si pasaba largas temporadas en cama, en total reposo, podría llevar a buen término su embarazo. Sin embargo, su cuerpo no lo resistió y finalmente fue llevada al Hospital Henry Ford, donde culminó el proceso de aborto que había comenzado en su casa.
En 1934, Frida no tardó en descubrir la relación amorosa iniciada entre Diego Rivera y su hermana Cristina Kahlo. Algunos consideran que la producción de la obra Unos cuantos piquetitos guarda relación con este hecho, además de su evidente sentido del humor negro.
«A mí ya no me queda ni la menor esperanza… todo se mueve al compás de lo que dicta la panza…», fue la frase que Frida anotó al reverso de este cuadro, en donde deja un testimonio de las dietas de engorda a las que se veía sometida, pues su falta de apetito le había provocado un severo adelgazamiento.
Debido al deterioro de su salud, a partir de la segunda mitad de los años cuarenta, Frida pasa mucho tiempo en la Casa Azul. Estas obras las realiza tras haber pasado nueve meses ingresada en el Hospital Inglés. Ambas fueron pintadas a su regreso a casa. Comienza a reflejar elementos de la intimidad del hogar y de su vida cotidiana.
Crea naturalezas muertas (o «naturalezas vivas», como ella las denominaba por su capacidad de aportar vitalidad a la monotonía de su día a día) en las que incluye frutos frescos, muchos de ellos endémicos de México, en ocasiones abiertos o en formas sexualizadas y rebosantes de color. Integra en sus composiciones a sus mascotas, insectos, banderas mexicanas y figuras prehispánicas, elementos que refieren a la identidad nacional.
Son varios los autorretratos en donde Frida se hace acompañar de sus animales favoritos, que sustituyen la presencia de los hijos que no tuvo. A veces son los monos araña, los pericos o sus perros. Tal es el caso del Autorretrato con changuito de 1945, en donde está retratada de tres cuartos de perfil, vestida y peinada a la manera en que lo hacen las indígenas del sureste de México.
Este es uno más de los cuadros que obedecen a la cotidianidad de Frida: ella tomó un pollito recién nacido bajo su protección, debido a que murió la gallina que lo procreó. Diego se lo había entregado en una pequeña caja de cartón como un regalo y, al mismo tiempo, como una distracción.
Fantasía es un dibujo que fue hecho para su mecenas, el ingeniero Eduardo Morillo, cuando Frida se encontraba en el hospital. En él se aprecia un momento de ociosidad, donde la paciente espera en medio de la contemplación de un reloj que marca la lentitud del tiempo, que a veces para Frida se transformaba en agonía.
En este autorretrato, por primera vez Frida elude al espectador, a quien mira a través de los orificios de los ojos de una máscara que le permite ocultar su dolor. No es ella, sino el objeto el que posee un rostro totalmente diferente al suyo: el que llora.
El gran fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo compartió con Frida numerosas experiencias artísticas. La exposición Mexique (1939), en París, presentó la obra de ambos junto con piezas de arte popular y arte precolombino. Un año después se celebró en México la Exposición internacional del surrealismo. Las obras de Diego Rivera, Manuel Álvarez Bravo y Frida Kahlo formaron parte del núcleo internacional de la exposición, al lado de las de Pablo Picasso, Marcel Duchamp y Giorgio De Chirico, entre otros, mientras el resto de los artistas mexicanos participaron en la sección nacional de la muestra. Esto demuestra el sitio que Rivera y Kahlo ocupaban ya en 1940, como parte de los más reconocidos artistas de México; en este caso, asociados al lenguaje internacional del surrealismo.
Frida Kahlo comienza a escribir su diario en 1944. El agravamiento de su salud la obliga a pasar gran parte del tiempo en su casa, además de largas estancias hospitalarias, y recurre a esta forma de expresión en la que muestra su faceta más íntima.
Escribió este diario hasta el final de su vida, en 1954, llegando a despedirse en estas páginas con una de sus frases más icónicas: “Espero alegre la salida –y espero no volver jamás –FRIDA.”
Este manuscrito acerca al espectador a la vida cotidiana de Frida: su salud, obra artística, relaciones, pensamientos en torno a la vida, la muerte, el mundo, e incluso filosofía. En sus casi 200 páginas se encuentran desde listados de la compra, dibujos, poemas, hasta el significado que los colores tenían para ella.