Fundación Casa de México en España celebra con Punto de Foco el recorrido de uno de los directores más destacados del cine patrio actual: Manolo Caro  - Casa de Mexico

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Fundación Casa de México en España celebra con Punto de Foco el recorrido de uno de los directores más destacados del cine patrio actual: Manolo Caro 

20 de Agosto de 2024

 

Manolo Caro nació hace cuarenta septiembres exactos, el 20 de ese mes en 1984. Crecer en Guadalajara, Jalisco en los ochenta era un epicentro secreto para la cinefilia del país: en su Universidad enseñaba el respetado crítico Emilio García Riera y en sus calles filmaba el legendario Jaime Humberto Hermosillo mientras un pupilo común a ambos, Guillermo del Toro, frecuentaba las clases de uno y los rodajes del otro. En esa ciudad se gestó el festival de cine más antiguo de México y ahí nació Manolo Caro, en una familia sin contacto profesional con el arte o el espectáculo, pero que tenía por costumbre llevar al chico a la entrada del teatro o el cine y recogerlo ahí mismo dos horas después. 

 

La otra escuela sentimental la tenía en el salón de casa: la televisión mexicana atravesaba un momento estelar en la producción de su género insigne, la telenovela. Una belle epoque del culebrón que permitía a millones de televidentes evadirse de la punzante crisis económica y política a fines de esa década, bañándose a la misma hora cada noche en las aguas excesivas de melodramas interminables que llevaban el rostro de Verónica Castro, Anabel Ferreira o Angélica María como mujeres de familias turbulentas, llenas de secretos, pasado, deseo y vestuarios de diseñador; las chicas Almodóvar de la clase media mexicana.Todas ellas -y algunas de la otra orilla, como Carmen Maura o Rossy De Palma- volverían a brillar como personajes de Manolo Caro, tres décadas más tarde. 

 

Aunque sentía desde entonces que su segunda familia estaría formada por elencos y platós, Caro decidió estudiar arquitectura. Inesperadamente, ahí encontró dos pasiones complementarias a la primera: el rigor disciplinario para gestionar proyectos de gran dimensión y aprender a leer la personalidad y psicología de las personas a través de los espacios físicos que habitan, como casas, colores, cocinas, pasillos, camas. Cualquiera que haya visto una película de Caro sabrá que su audiencia no observa los espacios: los habita tanto o más que sus personajes. Éstos suelen estar a la busca de algún anhelo inconfesable, peleando contra represiones, miedos, nostalgias o frustración, cruzan tensos periodos de transformación que lo mismo pueden ubicarse en el despertar del primer deseo (La vida inmoral de la pareja ideal), la maternidad mezclada con duelo (Sagrada familia, Elvira te daría mi vida pero la estoy usando), crisis de mediana edad (Amor de mis amores), salir del armario o el doloroso final de la infancia (Fiesta en la madriguera). Hay un antes y después en estas transformaciones; crisálidas que buscan convertirse en algo más, por doloroso que resulte. De alguna forma, Manolo Caro —guionista en casi todos sus proyectos— encuentra la ruta para hacernos reír al observar a estos seres aquejumbrados por la ansiedad o el remordimiento. 

 

Manolo Caro no había completado la universidad cuando emprendió un proyecto que auguraba frustración y bancarrota: escribir, coproducir y dirigir una obra de teatro sin tener más experiencia que la de un espectador asiduo. Contra pronóstico, No sé si cortarme las venas o dejármelas largas (teatro, 2010; cine, 2013) se mantuvo por casi dos años con funciones en diferentes escenarios mexicanos, atrayendo a una generación joven, la millennial, que rara vez encontraba teatro que le fuera contemporáneo o le hablara directamente. El siguiente paso llegó cuando, al final de una función, Manolo recibió la carta de un muchacho de 16 años que había decidido salir del armario frente a su familia después de que la obra le hubiera dado fuerza para hacerlo. A pesar de su prolongado éxito y de haber sido vista por decenas de miles de asistentes, la historia podría multiplicar su alcance si el mismo elenco la interpretaba nuevamente, en un plató, frente a cámaras de cine. Caro había encontrado -con perdón de Virgina Woolf- una habitación propia en donde todo había empezado: las pantallas y las actrices. 

 

Después de aquella ópera prima filmada en solo diecisiete días, en una sola locación, convertida en clásico inmediato de la comedia comercial de enredos, la filmografía de Manolo Caro no ha cesado de crecer como uno de los universos más identificables, personales y distintivos del cine mexicano reciente, uno en el cual España y la cultura ibérica han formado parte como una más de sus inimitables actrices recurrentes: alumno aventajado en el atelier madrileño de actuación de Juan Carlos Corazza, para su segunda película Amor de mis amores (2014), Manolo tejió un enredo amoroso dividido entre Ciudad de México y Madrid -con Rossy De Palma como puente de contacto-, mientras que en Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando (2015) o La vida inmoral de la pareja ideal (2016), los personajes de Carlos Bardem y Paz Vega, respectivamente, dan fe del buen oficio de un director que, como Chavela Vargas, sabe nadar con soltura entre las dos orillas del Atlántico, entre tequilas y tablaos, entre la colonia Roma y las calles de Chueca. 

 

Para la Fundación Casa de México en España es un honor celebrar el trabajo cinematográfico y televisivo de un cineasta mexicano como ninguno otro, que en el lapso breve y fecundo de apenas una década ha construido un territorio inimitable poblado por personajes inolvidables, varios de los cuales ingresaron al instante al imaginario del público mexicano y, con creciente rapidez, al español.  

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