Fundación Casa de México en España presenta un ciclo dedicado a la figura de la Virgen de Guadalupe, nombrado Ícono, voz y divinidad
Un viejo refrán nacional dicta, no sin humor, que lo que hay en común entre mexicanos católicos, ateos y de otras creencias es que todos son guadalupanos. Aunque parezca broma, describe uno de los misterios más profundos y antiguos de la identidad nacional, tanto, que antecede a la instauración de México como nación independiente y al resto de sus símbolos patrios, y que es el centro de un ciclo inédito que nos honramos en ofrecer al público de Fundación Casa de México en España. La Virgen de Guadalupe, la morena del Tepeyac, es el centro de una mitología que rebasa el ámbito de la fe: su figura fue, de hecho, el estandarte inmediato del ejército independentista cuando el país no contaba aún con bandera u otros emblemas que animaran a la cohesión popular.
Resulta natural, por tanto, que Santa María de Guadalupe sea una de las presencias recurrentes y de más larga data en la filmografía nacional. Tepeyac (El milagro del Tepeyac) (1917), escrita y dirigida por Carlos E. González y José Manuel Ramos fue un filme perdido -como una inmensa porción del cine silente mexicano- hasta su rescate por la Filmoteca de la UNAM y el historiador fílmico Aurelio de los Reyes en 2017. Con seguridad, se trata del primer largometraje de ficción con temática guadalupana producida en un país por entonces inmerso en la última etapa de su Revolución. En una imaginativa y fluida narración a dos tiempos, innovadora para su tiempo, Tepeyac presenta una historia inserta en la I Guerra Mundial, entonces en boga, que alterna su relato con la primera recreación fílmica de las apariciones guadalupanas durante el siglo XVI.
La siguiente guerra mundial sería el marco de producción de La virgen que forjó una patria (1942) segunda película dirigida por el aclamado Julio Bracho, autor indispensable en la época de oro del cine clásico mexicano. Escrita por el activista católico René Capistrán -otrora comandante cristero durante la guerra civil conocida como Cristíada – y con música de Miguel Bernal Jiménez -uno de los compositores orquestales ineludibles de la música mexicana-, es una digna sucesora de Tepeyac que despliega su relato a tres tiempos: la evangelización española durante la conquista, las apariciones de la virgen en 1531 y, tres siglos después, la gestación de la lucha por la Independencia, cuando se adoptó la imagen guadalupana como emblema de batalla. Con magníficos valores de producción, visuales y de montaje para su época, reúne a un potente elenco de estrellas como Ramón Novarro, Fernando Soler, Gloria Marín o Ernesto Alonso en una cinta que tuvo, en su día, el propósito declarado de animar la identidad nacional frente a las potencias del Eje, además de impulsar la carrera de su director, autor posterior de Distinto amanecer (1943) o La sombra del caudillo (1960).
Sin embargo, el culto mariano no ha estado exento de polémicas. Dada la preeminencia de la Guadalupana como uno de los centros gravitacionales de la identidad mexicana durante cinco siglos, la historiografía académica libra una constante batalla por conciliar el peso sociocultural de la tradición con las fuentes documentales e históricas que sostengan el relato popular. Uno de sus principales desafíos es la distancia temporal entre la fecha atribuida a las apariciones marianas (1531, bajo el reinado de Carlos V y aún en vida de Hernán Cortés) y la impresión del primer y único testimonio publicado que las relata, el Nican Mopohua impreso en náhuatl en 1649, más de un siglo después. Ni el arzobispo Juan de Zumárraga, ni los virreyes o reyes españoles del siglo XVI lo mencionan en ningún texto conservado. A través de los siglos, este vacío historiográfico avivó las polémicas y discusiones, tanto más tras el siglo posterior a la independencia mexicana, el XIX, al proponerse la idea de que la adoración guadalupana habría sido, para los pueblos indígenas, una suerte de camuflaje para preservar la adoración a las deidades femeninas y maternales del mundo prehispánico, agrupadas bajo el título de Tonantzin o ‘madre venerada’ y cuyo culto se concentraba en el mismo cerro del Tepeyac.
Esta tesis anima en buena medida a Tonantzin Guadalupe: creación de una nación (2023), riguroso documental dirigido por Jesús Muñoz (Un filósofo en la arena, 2018). Mediante un encomiable equilibrio entre la documentación histórica, la duda razonada y el asombro ante el mito divino, la película narrada por la actriz Mabel Cadena escarba en la doble raíz histórica de la devoción guadalupana: la indígena mexicana y la de las vírgenes ibéricas, proponiendo la tesis de que la espiritualidad novohispana, después mexicana, es resultado único y excepcional de la mezcla de ambos cauces.
Tonantzin Guadalupe termina en un encadenado de emocionantes planos aéreos de las multitudes de peregrinos llegando a la Basílica de la capital mexicana el 12 de diciembre de 2018, el primer año en que la curia eclesiástica permitió, de forma inédita para mayor simbolismo, que danzas rituales prehispánicas se bailaran frente al altar mayor. Una escena casi idéntica es la que nos recibe en El pueblo mexicano que camina (1995), clásico del cine documental mexicano que indaga también en la antropología y sociología del culto mariano mediante la voz de intelectuales como Luis Villoro, Leopoldo Zea, Fernando Benítez o Miguel León-Portilla, así como de migrantes chicanos en California, trabajadores de clase obrera o el mítico boxeador Raúl ‘Ratón’ Macías, que guían un recorrido a la vez histórico y testimonial por la devoción mexicana en diversos ámbitos.
En el ámbito del cine de ficción, ninguna cinta abocada al tema guadalupano ha levantado temporales como los causados por Nuevo mundo (1978) de Gabriel Retes, cineasta independiente de marcada militancia política. Drama de época de suntuosa producción y guión de Pedro F. Miret -barcelonés del exilio republicano, alguna vez colaborador de Buñuel-, Nuevo mundo propone que las apariciones virginales habrían sido un engaño deliberado, elaborado por un sacerdote del clero novohispano para aliviar las tensiones entre conquistadores y nativos. Negada inicialmente para su estreno comercial y objeto de enardecidas polémicas y rechazo, Nuevo mundo puede verse hoy como lo que siempre fue: un emocionante ejercicio de especulación histórica de valiosa factura cinematográfica.
Tanto Guadalupe: el milagro (2006) de Santiago Parra como en Guadalupe: madre de la humanidad (2023), docuficción de Andrés Garrigó y Pablo Moreno, la ficción vuelve a abordar la duda agnóstica, esta vez desde el ámbito creyente. En la primera, una pareja, española y mexicano, deciden investigar el manto atribuido a Juan Diego desde los preceptos de la ciencia. La segunda alterna segmentos de entrevistas y ficción histórica para indagar en la devoción en el México contemporáneo En ambas, al igual que en Tepeyac o La virgen que forjó una patria décadas atrás, el relato principal alterna con la recreación de las apariciones, con una estupenda interpretación del legendario actor José Carlos Ruíz como Juan Diego en el caso de la primera.
Nuestro recorrido culmina con un asombroso cortometraje de producción reciente: Virgen de Guadalupe (2024) de Viridiana Moreno García, rodado en España, nos presenta a una trabajadora mexicana migrante, Guadalupe, que posee una imagen de la virgen como único puente material con su país. Entre videollamadas con su madre y una tensa decisión sobre su propia maternidad, Guadalupe encuentra en la evocación guadalupana -el vientre, la madre, el origen, la resiliencia- valor para tomar decisiones y enfrentar la soledad.
Programa:
Tepeyac
12 de junio | 19:00h
09 de julio | 12:00hLa virgen que forjó una patria
13 de junio | 19:00h
23 de julio | 12:00hNuevo mundo
14 de junio | 19:00h
06 de agosto | 12:00hEl pueblo mexicano que camina
20 de junio | 19:00h
20 de agosto| 12:00hEl milagro
21 de junio | 19:00hTonantzin Guadalupe: Creación de una nación
03 de julio | 19:00h
03 de septiembre | 12:00hGuadalupe, madre de la humanidad
04 de julio | 19:00hVirgen de Guadalupe
05 de julio | 19:00h