Hojalata repujada

Así como el papel picado, el arte de la hojalata recortada y repujada es muy popular en todo México.

La hojalatería tiene su origen en el México novohispano y se afianzó en la ciudad de México y los estados de Guanajuato, Jalisco, Oaxaca, Guerrero y Puebla.

Su origen está íntimamente relacionado con la producción de objetos eclesiásticos como candelabros, relicarios, marcos para cuadros o vitrinas para santos, pero también se creaban desde tiempos antiguos objetos decorativos y utilitarios como lámparas, juguetes, cajitas para joyería, pastilleros y muchos objetos más. 

La ciudad Oaxaca, capital del estado del mismo nombre, tiene actualmente un importante centro de producción artesanal. El tradicional barrio oaxaqueño de Xochimilco es hogar de varios talleres de hojalatería en donde destacadas familias de diestros artesanos dedican su vida a la elaboración de finas y coloridas piezas de hoja de lata, de diferentes niveles de complejidad.  

Actualmente, en las tiendas de artesanías son muy comunes los coloridos corazones de hojalata, comunmente llamados «milagros», cuya iconografía que consiste en un corazón, en principio sangrante, que puede ser representado con muchos motivos de ornato y colores que lo enriquecen. Puede aparecer alado, coronado, pintado de azul y con flores de colores alrededor; y mil formas más, cuyo limite es el imaginario religioso.

El grado de complejidad de las figuras de hoja de lata recortada, su repujado, doblado y soldado, así como la riqueza de motivos presentes en cada pieza artesanal denota la gran maestría de cada artesano.

Para la realización de una artesanía de hojalata, el primer paso es recortar la lámina de acuerdo con las dimensiones proyectadas de la pieza, posteriormente se traza un dibujo preliminar sobre la lámina. Este paso es importante porque marca las formas y ornatos que se cincelarán y se repujarán; en algunos casos se utiliza aun compas para figuras circulares.

Tras el corte y trazado del diseño se inicia el proceso de cincelado y repujado. Aquí interviene toda la herramienta disponible en el taller, pues se trabaja con martillos, cinceles de tamaños muy finos y filos planos, curvos o dentados; también se usan gubias, buriles o punzones de varios tamaños.

Si el artesano quiere plasmar una flor sobre la lámina, toma un cincel de punta curva y dentado, lo coloca sobre la lámina, siguiendo el trazo de un circulo y da entonces un golpe de martillo, dejando marcado un diseño sobre el circulo, que corresponde a la forma del filo del cincel. Si quiere trazar un líneas recta o mixtas, hace entonces una hábil combinación de estas herramientas hasta alcanzar el diseño proyectado, con un gran detalle y calidad técnica.

Terminado el cincelado de la pieza, se inicia el pintado, que se lleva a cabo con anilinas industriales, posteriormente la pieza se ensambla y se suelda para quedar perfectamente fija. El último paso es darle una fina capa de esmalte que, tras de secar, deja lista cada pieza para su exhibición y venta.

Para el caso de nuestro espejo, la lámina primero es recorta, luego se adorna con los cinceles y pasa por un proceso que es el armado, en donde las orillas de algunas de su láminas se dobla para formar cuerpo tridimensionales, posteriormente estos cuerpo se sueldan con mucho cuidado y buen tacto para finalmente armar completamente el marco del espejo, que se monta por detrás y se cubre con una lámina que también va soldada.

La lámina se pinta con pintura para metales diluída en solventes o se deja al natural, lo que le confiere una elegancia muy particular, cercana a la orfebrería en plata.

Los motivos que se pueden ver en este tipo de piezas combinan animales o figuras humanas con motivos florales y grecas geométricas, pespunteadas, imitando el barroquismo de los marcos clásicos.

Pin It on Pinterest